Lo que sigue es un breve resumen de nuestra peripecia con Amazon, más un bonus track por cortesía de Kobo.
Coincidiendo con la Navidad del 2013 intentamos publicar una edición digital de la versión realizada por Fernando Toda del cuento «El guardavía» de Charles Dickens. La idea era rendir un homenaje a Dickens publicando un relato que se había publicado como cuento de Navidad en 1866, casi 150 años antes.
Hay que reconocer que hubo algo de arrebato en nuestra iniciativa. La idea surgió de pronto y pasó por delante de cuanto habíamos planificado. Preparamos el epub, para el que Marc Valls hizo a toda velocidad una estupenda portada; Fernando Toda escribió rápidamente una pequeña biografía de Dickens para la página de autores de nuestro sitio web; redactamos para la página del libro una «contracubierta», buscamos una serie de enlaces relacionados y subimos el archivo a Amazon para que se publicara el 24 de diciembre.
Y entonces las cosas empezaron a torcerse. Pasaron los días y el libro no aparecía en la tienda digital. Tras un plazo de espera razonable escribimos para preguntar por la demora. Se nos informó de que había un problema con los derechos de autor. Amazon no se inmiscuía en disputas entre terceros, por lo que se nos pedía amablemente que lo resolviéramos con la editorial Valdemar y que cuando estuviera todo solucionado intentáramos subir la obra de nuevo.
Cuando nos recuperamos de la perplejidad, descubrimos que Valdemar había elevado en el pasado una queja tras descubrir que sus libros se estaban vendiendo en la plataforma digital bajo otro sello y que en la tienda habían establecido algún tipo de control para evitar esos casos. El resultado de ese control fue que detectaron una coincidencia entre el título de nuestro e-libro, «El guardavía», y un libro analógico de Valdemar, «El guardavías y otras historias de fantasmas», y, aunque lo de Valdemar era una antología de cuentos de casi trescientas páginas en traducción de Rafael Lassaletta y lo nuestro sólo un cuento y de un traductor diferente, no quisieron saber de explicaciones y se negaron a publicar nuestro archivo hasta que hubiéramos solucionado nuestro diferendo con Valdemar. No hubo caso, de nada sirvió intentar explicar que los textos eran de traductores diferentes.
Escribimos, pues, a la editorial Valdemar, donde se mostraron sumamente colaboradores con nosotros. Tuvimos que esperar a que la persona encargada de las relaciones con Amazon volviera de vacaciones, pero una vez de vuelta ese responsable editorial fue muy amable y limpió nuestro nombre de toda sospecha de práctica dudosa. También enviamos al otro lado del Atlántico una declaración en la que nuestro traductor hacía constar que él era el autor de la versión que intentábamos publicar y que teníamos su permiso para reproducirla. El resultado de todas esas gestiones fue que, al cabo de varias semanas de correspondencias cruzadas, nuestro «El guardavía» fue felizmente admitido en la tienda de Amazon.
Al mismo tiempo que luchábamos por encima del océano (más bien, por debajo) por limpiar la reputación de nuestro modesto mobi, también nos encontramos enzarzados al otro lado del mundo en un pulso con otra plataforma de venta, la japonesa Kobo. Cuando subimos por primera vez el archivo en diciembre, hubo que esperar, de entrada, a que el servidor volviera de sus vacaciones de Navidad. Dejamos pasar prudentemente la festividad de los Reyes y el 7 de enero escribimos interesándonos por el destino de nuestro epub. Resultó que se nos denegaba el acceso a la tienda porque no habíamos declarado la obra como «dominio público». En nuestra inocencia creímos sencillo explicar que el texto que queríamos subir no era de dominio público, que el original («The Signalman») sí lo es, pero que la traducción al castellano («El guardavía») estaba sujeta a derechos, que correspondían a su traductor. Qué equivocados que estábamos. La respuesta fue que «El Equipo Kobo» lamentaba que tuviéramos algunas dificultades con el servicio, pero que el libro no podía ser publicado en su página web.
Ante la constatación de que nos encontrábamos peligrosamente inmersos en un auténtico diálogo de besugos, decidimos optar por un método binario y plantear tres preguntas que sólo podían responderse con un sí o con un no:
1) ¿La razón por la que no se puede publicar en Kobo es porque no lo marcamos como dominio público?
2) En el caso de un original de dominio público, ¿considera Kobo que la traducción también lo es?
3) ¿Si lo marcamos como «dominio público» podremos publicar el texto?
La respuesta, tres días más tarde, llegó en forma de tres síes como tres soles (aunque sin acentos). Y algo así como un mes después del primer intento, nuestro libro apareció también en Kobo. Eso sí, en las páginas de nuestros libros apareció entonces un bug que hizo cosas raras con las cursivas y las comillas del texto de las sinopsis. El desbarajuste motivó una nueva serie de correos, pero eso ya es otra historia (que aún colea porque el problema con las cursivas siguen sin resolverse: hemos desistido).
Nuestro amigo JAM nos ha instado a convertir esta curiosa odisea en relato y titularlo «Aventuras por el lado desconocido del dominio público». Y eso es lo que hemos hecho.