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Telaraña de destinos

El fantasma de la guerra que recorría Europa se materializó el 28 de julio de 1914, cuando Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia y puso en marcha una catastrófica secuencia de acontecimientos. Las primeras fueron las declaraciones de Alemania a Rusia el 1 de agosto y a Francia el 3 de agosto y, tras la invasión de Bélgica, las de Gran Bretaña a Alemania el 4 de agosto y a Austria-Hungría el 13 de agosto.

Si existió una posibilidad de detener el cataclismo, ésta se esfumó el 31 de julio de 1914 a las 9.40 h de la noche, cuando dos balas (de Smith & Wesson y no de Browning como en Sarajevo) segaron la vida del dirigente socialista francés Jean Jaurès, una respetada figura política que con su postura internacionalista y pacifista quizá habría podido influir en el fatal curso de la historia. Fue asesinado por un joven nacionalista francés, Raoul Villain, en el Café du Croissant (hoy Taverne du Croissant) en pleno centro de París. Allí cenaba antes de redactar para L’Humanité, el periódico que dirigía y que él mismo había fundado diez años antes, un manifiesto similar al J’accuse escrito por Zola con ocasión del caso Dreyfus, un alegato contra la guerra que probablemente iba a incluir un llamamiento a los trabajadores de Alemania y Francia para que iniciaran una huelga general si estallaba un conflicto entre ambos países.

El asesino fue detenido en el acto y la rápida intervención policial lo libró de morir linchado. Pasó toda la guerra en la cárcel parisina de la Santé en espera de un juicio que se celebró por fin en marzo de 1919. Por esas ironías con que la historia parece burlarse de los humanos como hace el dios veterotestamentario, el juicio coincidió con el celebrado contra el anarquista Émile Cottin, que un mes antes había atentado sin éxito contra el primer ministro francés George Clemenceau. Con pocos días de diferencia, Cottin fue condenado a muerte (14 de marzo) y otro tribunal absolvió dos semanas después a Villain y condenó a la viuda de Jaurès a pagar las costas del juicio (29 de marzo). Las sentencias reflejan el diferente grado de fervor popular ante el estadista que había ganado la guerra (Padre Victoria, lo apodaron) y ante el internacionalista que había querido evitarla. Si bien debe matizarse que la campaña pública del periódico anarquista Le Libertaire logró la conmutación de la pena de muerte por otra de diez años de cárcel.

Raoul Villain, una vez absuelto, llegó en 1933 tras diversas peripecias a Ibiza, donde se construyó una casa en la cala de San Vicente. En esa misma playa murió tres años después en las escaramuzas que se produjeron en las Baleares al inicio de la guerra civil española. Las versiones sobre su muerte varían en cuanto a la identidad de los asesinos (un grupo de milicianos republicanos, formado quizá por miembros de la FAI y brigadistas internacionales), pero coinciden en que Villain recibió un disparo que lo dejó malherido en la playa. Murió el 17 de septiembre, aunque también en eso hay divergencias. Entre las causas del crimen se han barajado la sospecha de que espiaba para los sublevados y la venganza por el asesinato de Jaurès. (Aquí hay una explicación de Baltasar Porcel publicada en 1967 y muy acorde con el espíritu de la época.)

Obedeciendo a un azar de coincidencias y paralelismos, también Émile Cottin –aunque él tras cumplir su condena– acabó en España. Al estallar la guerra civil, se unió a la columna Durruti, que partió a luchar al frente de Aragón. Murió como Villian en los inicios del conflicto, tres semanas más tarde que él, el 8 de octubre de 1936 en Farlete (cerca de Zaragoza) debido al disparo de un francotirador que lo sorprendió mientras hacía guardia encaramado en un árbol. Además, su grupo de brigadistas quedó diezmado en la batalla que tuvo lugar en esa pequeña localidad aragonesa y apenas hubo supervivientes (uno de ellos fue la filosófa Simone Weil).

En realidad, esta entrada pretende ser un homenaje a Jean Jaurès en el centenario de su muerte, por lo que quizá convenga concluirla ya y no seguir enmarañándonos en las telarañas de la historia y sus destinos entrecruzados: este enlace contiene una versión de la canción de Jacques Brel «Jaurès» (2009) realizada por el grupo francés Zebda (la canción empieza al minuto, tras la palabras de Jaurès). Y, para los soixante-huitards más recalcitrantes, el original (1977). [JGLG]

PS: Y la tradu (otra cortesía de ¡Hjckrrh!):

Estaban ajados a los quince años
terminaban y no habían empezado
los doce meses se llamaban diciembre
qué vida tuvieron nuestros abuelos
entre la absenta y las misas solemnes
eran viejos antes de ser
quince horas al día el cuerpo atado
atan al rostro una tez de cenizas
sí buen señor sí mi buen amo.
¿Por qué mataron a Jaurès?
¿Por qué mataron a Jaurès?

No se puede decir que fueran esclavos
de ahí a decir que vivieron
cuando uno parte tan vencido
es difícil salir del encierro
y sin embargo nacía la esperanza
en los sueños que subían al cielo
de algunos de los que rechazaban
arrastrarse hasta llegar a viejos
sí buen señor sí mi buen amo.
¿Por qué mataron a Jaurès?
¿Por qué mataron a Jaurès?

Si por desgracia sobrevivían
era para partir a la guerra
era para morir en la guerra
a las órdenes de algún bravucón
que exigía de boca para afuera
que fueran a abrir al campo de horror
los veinte años que no habían empezado
y morían presos del pavor
desharrapados sí mi buen amo
cubiertos de curas sí buen señor.

Preguntaos hermosa juventud
lo que dura la sombra de un suspiro
lo que dura el soplo de un suspiro:
¿Por qué mataron a Jaurès?
¿Por qué mataron a Jaurès?